El 55 por ciento del PIB mundial (equivalente a unos 58 billones de dólares), depende de la naturaleza, según un informe de PwC de abril de este año.
Podría decirse que, el 45 por ciento restante, se agotaría en cierta medida si no hubiera plantas ni animales en el mundo, pero la cifra ilustra la magnitud de lo que está en juego a medida que los gobiernos introducen la obligación de informar sobre el clima para que las empresas rindan cuentas de su contribución a los 37,000 millones de toneladas de carbono que se expulsan al cielo cada año.
El impacto en las empresas mundiales será sísmico a medida que entre en vigor la legislación destinada a armonizar los requisitos internacionales en Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Singapur, Australia y otros países.
“Hay que mantenerse optimista porque la alternativa es espantosa para la humanidad”.
– David Grayson
De repente, las empresas tienen que declarar su participación en una serie de factores relacionados con la energía, como la huella de carbono, el impacto en las comunidades locales, la cultura del lugar de trabajo y las áreas ESG. Y lo que es más importante, las nuevas normas también abarcan las emisiones de Alcance 3, es decir, las que no producen directamente la entidad declarante, sino que se derivan de la actividad en su cadena de suministro.
Los directivos también tendrán que mirar en sus bolas de cristal para saber hasta qué punto creen que sus empresas resistirán el pedregoso camino hacia el cero neto. Una encuesta realizada por PwC el año pasado, arrojó que solo el 19 por ciento de los directivos de las empresas creen que el cambio climático es un riesgo grave para ellas, sugiriendo que la única mirada que muchos de ellos han echado hasta ahora ha sido en dirección a su ombligo.
Pero cuando por fin se despierten y huelan el café de origen ético, tendrán que preocuparse de algo más que de su cuenta de resultados, advierte un experto del sector.
“Aunque se habla mucho del impacto financiero, la mayor parte del trabajo se centrará en los riesgos físicos de un futuro en el que el clima ha cambiado, y en los riesgos de transición hacia una economía baja en carbono”, explica a The CEO Magazine Mark Siebentritt, director ejecutivo de la consultora global de sostenibilidad Edge Impact.
“La obligatoriedad de la información climática significa que los altos ejecutivos deben comprender mejor los aspectos básicos de la divulgación climática en torno a la gobernanza, la estrategia, los objetivos y el riesgo, y cómo afectará el lugar en el que ponen su capital los inversionistas”, añade.
Argumenta que será especialmente difícil para los exportadores, ya que el cumplimiento de los objetivos de emisiones depende de cada país y las normas varían de una jurisdicción a otra.
Es una opinión de la que se hace eco la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, que predice que la normativa de la UE por sí sola causará “consecuencias negativas no deseadas para las empresas estadounidenses”. Los analistas de datos de Refinitiv cifran en más de 3,000 el número de empresas que se verán perjudicadas.
Deloitte también ve enormes implicaciones y describe los nuevos mandatos como “un punto de inflexión” para Estados Unidos. Insiste en que las empresas deben actuar con rapidez para adaptarse de varias maneras:
a) Aumentar la agilidad de los informes mediante la automatización y la gobernanza estandarizada.
b) Utilizar la planificación de escenarios para evaluar las repercusiones a corto, medio y largo plazo.
c) Ser transparente sobre los avances hacia los objetivos.
d) Integrar la ASG en la estrategia empresarial para abarcar los riesgos durante la transición.
e) Incorporar los resultados climáticos a las estructuras de materias primas.
“Las empresas están obligadas a revelar cómo su consejo supervisa los riesgos relacionados con el clima”, dice Kristen Sullivan, socia de Deloitte, “incluidos los miembros concretos del consejo que son responsables y la naturaleza de su experiencia”, aclara.
Y si faltan esos conocimientos, las consecuencias pueden ser graves. David Thodey, ex consejero delegado de Telstra, el mayor operador de telecomunicaciones de Australia, describe las implicaciones para los consejos como “el mayor cambio de mi carrera en cuanto a lo que se espera que hagan los consejeros”, asegura.
Pero, como el país ha languidecido periódicamente en los últimos puestos del Índice de Actuación ante el Cambio Climático, no es de extrañar que no todos sus compatriotas estén de acuerdo. El año pasado, el Consejo Australiano de Normas de Contabilidad constató que las empresas que cotizan en la bolsa australiana no tienen suficientemente en cuenta las cuestiones relacionadas con el clima, y el objetivo de reducción de emisiones del gobierno sigue siendo uno de los menos ambiciosos del planeta.
Esta intransigencia dista mucho de ser la única. Hasta ahora, solo unas pocas de las 100 mayores empresas del mundo han adoptado plenamente la información sobre riesgos climáticos. La Task Force on Climate-Related Financial Disclosures (TCFD) (Grupo de trabajo sobre divulgaciones financieras relacionadas con el clima), informó el año pasado que el progreso en la adopción de sus directrices había sido glacialmente lento, y que solo cuatro de las empresas encuestadas las cumplían en su totalidad.
En última instancia, conseguir que los “arrastradores de pies” crucen la línea puede que no sea totalmente motivados por el altruismo.
“Los altos ejecutivos deben comprender mejor los aspectos básicos de la divulgación climática y cómo afectará el lugar en el que ponen su capital los inversionistas”.
– Mark Siebentritt
“El acceso al financiamiento internacional dependerá cada vez más de la adhesión a la información climática mundial”, afirma Pietro Rocco, responsable de finanzas verdes de The Carbon Trust. “Las empresas e instituciones financieras que quieran atraer inversionistas en el mercado global deben adoptar normas internacionales, independientemente de que sea un requisito en su país de origen”, señala.
Y según David Grayson, presidente del Instituto de Ética Empresarial del Reino Unido, eso implicará mucho más que preservar el clima.
“Es una línea de flotación mucho más amplia que abarca los derechos humanos, las normas laborales en las cadenas mundiales de suministro, la esclavitud moderna, el salario digno y la responsabilidad por el mal uso de los productos de una empresa”, explica a The CEO Magazine.
“Muchas bolsas de valores han endurecido los criterios de cotización para incluir divulgaciones ASG, mientras que más empresas globales que nunca las incluyen en sus requisitos de licitación, hoy lo hacen”, indica.
Grayson cree firmemente que estas estipulaciones no deben considerarse otro engorroso costo más del cumplimiento de la normativa, sino herramientas inestimables que ofrecerán mejores resultados y reducirán enormemente la factura energética.
“Hay que mantenerse optimista porque la alternativa es demasiado espantosa para la humanidad”, reflexiona. “Como dijo Paul Polman, ex director general de Unilever: ‘Es demasiado tarde para ser pesimista’”, señala.
PwC ha advertido que cualquiera que intente abordar la serie de nuevas directrices y legislación se verá “abrumado por una verdadera sopa de letras de normativas y marcos de información que varían según el país y la región, y que afectan a algunos sectores más que a otros. Es imperativo que las empresas obtengan claridad del desorden normativo”, asegura.
Recomienda tres pasos para iniciar el proceso:
1. Elaborar una estrategia: seleccionar un marco, acordar las métricas que se comunicarán y definir la responsabilidad.
2. Movilizar: para responder a las presiones normativas y de las partes interesadas, la información sobre ASG podría estar tecnológicamente preparada para un análisis más claro de la mayor cantidad de datos.
3. Comunicar: para mitigar el cinismo en torno a las afirmaciones de sostenibilidad, considera la posibilidad de una verificación independiente de los informes para generar confianza.